ORTOGRAFÍA APLICADA
Dictar, mejor dicho, cumplir el dictado es una experiencia común a todos los que hemos pasado por la institución escolar. Una experiencia colectiva en donde obedece y aprende ortografía parece ser la consigna.
Aparte de estos imperativos, de esta crudeza (que lo mismo hoy en día todavía se da en las escuelas) en toda experiencia dictada ocurre que las frases oídas se nos quedan dentro del organismo en algún tramo, aquí o allá; el caso es que con la frecuencia que a ellas se les antoja, se activan y ahí que nos vemos transportados hasta la casa del alemán, o de un bandazo neuronal buscamos a obscuras al sobrino de Absalón.
Los dictados de Andrés Pascual Martínez, aquí elaborados en arcilla por Ramón Ruiz, toman forma para llevarte hasta el escolar que sentado en su pupitre recibe una sacudida de desasosiego pensando por dónde andará el judío extraviado. Y ahora otra al enterarse que “el humillado húngaro, con los pies humedecidos, huía a otra región”. O un sobresalto, ¿qué ha pasado con el burdo búcaro?
A nosotros nos ha llevado hasta el apeadero de la memoria donde las palabras sonaban autónomas dentro de nuestra cabeza etérea o magmática, según el día. Otras veces todo era claro y al oír dictar “no busques dátiles en este país” te empapabas de evidencia y a otra cosa, en aquél tiempo se aprendía a destajo.
«Las horas dedicadas al dictado guiado por Don Andrés forjaron mi mente », me dijo en su día Ramón Ruiz y todavía hoy podemos ver cuanto le han cundido. Añade, «El silencio y la voz única convocaban a una actitud general, se daba como un reposo …/… en la clase de dictado saneaba el aburrimiento escolar, creaba en mi mente pequeñas figuritas: Obdulia, Ricardo, Baltasar».
Andrés Pascual Martínez, ha sido y es todavía hoy en día un estímulo para la creación infatigable de Ramón Ruiz, similar diría, a la guía que supuso Goethe para Chillida.
Don Andrés en la infancia de Ramón representa esa luz que bien ilumina hoy esta exposición.
En más de una ocasión Ramón ha contado: «…el fecundo magisterio de Pascual Martínez ha inspirado a todo tipo de personas extendiéndose por todas las profesiones; tengo recogidas de militares, políticos…». Y con su fajo de notas en la mano te enseña, de entre las raras, que hasta hace bien poco en un periódico de gran tirada el comentarista de la sección bursátil abría sus comentarios con frases de inspiración pascualiana, p.e. “El viento de otoño arrancó algunas plusvalías del árbol”; o bien, “El elefante blanco se alimenta con verdes horas de espera”, o esta otra, “El uso del ábaco no es perjudicial para la salud”.
Que el recorrido sea grato.
Phillippe Garbisu, 2003
Con diez años empecé a copiar y conocer la obra de Andrés Pascual Martínez. Aquellos escritos, aparentemente intrascendentes y absurdos proponían situaciones en las que poder penetrar y percibir las sutiles sensaciones que envuelven hasta el más sencillo y cotidiano de nuestros movimientos vitales.
Sus dictados fueron su obra cumbre y probablemente plasmó en ese libro todo el saber universal. Más de 4.000 frases recogen desde sabias nociones de geografía, historia y ciencias en general, hasta ponderados consejos sobre el comportamiento humano, revelados a través de una sensibilidad poética profundamente evocadora. Acaso sea esa intensidad sugerente la que me impulsaba descontroladamente a turbadoras reflexiones imaginarias.
Algunos sostienen que el sentido de la obra de Pascual Martínez gira en torno a los quiebros y piruetas ortográficas. Confieso que jamás he sido capaz de advertir ni por asomo semejante apreciación. Puedo afirmar con rotundidad que no es en el dominio técnico sino en el espacio creativo donde Andrés Pascual es un auténtico maestro.
“La casa del alemán está triste”, es una de sus genialidades que me ha perseguido obsesivamente a lo largo de mi vida. Desde el momento en que escuché esta inasible sentencia no han dejado de pasar por mi mente infantil, adolescente y adulta todo tipo de cobijos tristes e infinidad de propietarios alemanes.
Hoy es el día en que empiezo a fijar el torbellino invocador de aquellos textos. A fijar digo, a aplicar en materia, a darle forma estable y duradera, empiezo (y creo que acabo) con estas piezas inspiradas en la pascualiana “Ortografía práctica” y espero que esto me permita poder emplear mis pensamientos en otros autores que seguro me aguardan.
Dejo para la reflexión de quien quiera entregarse al placer intelectual la siguiente frase escogida al azar: “ La festividad del ahorro es fiesta universal de paz” (ejer. nº 346).
Ramón Ruiz, XII – 2003